sábado, 17 de septiembre de 2011

Primera cita

Dicen que esos momentos son cruciales, parte del encuentro o el desencuentro posible, parte del acortar la distancia de dos mundos enquistados en las vivencias, con el riesgo de hacer esa distancia tan grande como para conseguir que entren miles de seres humanos en ese espacio y nunca más logremos mirarnos a los ojos...
La idea de esos encuentros, desde mi infancia, supuso un momento de noble entrega, que no vaya a ser cosa que la ingenuidad sea consumida por la inocencia.
Eran quince minutos para las nueve de la noche y se me veía caminar entusiasta hacia el bar del barrio.
La seña un nombre -Josefa- y la vestimenta citada por teléfono, jeans y polera negra...
No era primera vez que concretaba un primer encuentro en ese bar del cual fui "habitue" por muchos meses, hasta que el mesero de la barra me comenzó a mirar con cara de "picarón" y así lo deje.
Un hola y un beso en la mejilla, las sillas y mesas de alrededor me absorbieron, mientras escuchaba atenta una larga lista detallada por Josefa de sus anécdotas, mientras mi mente las situaba, una a una, en la columna de los desaciertos ajenos, que no sé muy bien para que sirve, pero entre guardar y no guardar, me quedo con lo primero.
El camarero puso dos cervezas más en la mesa, mis intervenciones para ese entonces habían sido escasas, tres solamente para ser más exacta: ¿Comida favorita? respuesta que no recuerdo, pero sí el enlace que ejecuto, que le permitió acabar hablando de su ex pareja. ¿Música que detestas? Su respuesta fue algo así como -el jazz, porque no lo entiendo, una vez una chica me regalo un CD de jazz y comenzó otra vez una historia sin fin que acabo en la descripción de tres o cuatro chicas al hilo. Para finalizar y guiada para ese entonces de mis ganas de no intervenir en largo rato, me aventure a preguntar ¿Cómo sería un fin de semana perfecto? Mi apuesta fue alta, pero me permitió no hablar más en toda la noche, hasta que se hizo tarde, acabamos las cervezas, se excuso diciendo que hablaba mucho, yo me excuse diciendo que al día siguiente madrugaba, me intento explicar que no se había enterado de nada respecto de mí, yo esboce una leve sonrisa inclinada hacia la derecha, la perdí de vista cuando giro a la izquierda de la calle, yo me quede pensando en mis haberes y deberes, mientras en mi cabeza rondaba la música del primer concierto de jazz que fui a ver en mi vida, situación que cambiaría luego incluso las primeras citas, siempre habría un rincón mental para recluirme en caso de desaciertos, reforzado por esos versos de Neruda que tanto eco me hacen cuando el mecanismo de defensa es hablar y hablar -me gustas cuando callas, porque estás como ausente- (sin juicio moral en ello). De Josefa, supe hace poco que no ha cambiado tanto...   

2 comentarios:

ÁGAPE dijo...

Suelen ocurrir esas citas donde uno parece, más que participante, un testigo de los hechos. ¿A quién no le puede gustar el jazz? El jazz más que entenderlo, hay que sentirlo; vivirlo como se vive un poema de Neruda o un cuento de Cortázar quien también fue gran amante del jazz.

Me gustó tu relato, saludos =)

Óscar Sejas dijo...

:-) A veces los que callan, son los que más tienen que decir si se les sabe preguntar bien.

Todavía no encontré esa cita perfecta en que alguien consiguiera sacar de mi todo lo que llevo dentro. Pero quizás algún día suceda...